martes, 19 de marzo de 2013

La piel transparente



A los cinco o seis años, me perdí en La Paloma. Fui a comprar bizcochos a la panadería, a menos de dos o tres cuadras de la casa que alquilábamos ese verano, y no encontré el camino de regreso. Caminé y caminé, incapaz de orientarme, por calles de tierra y bosques de pinos que me resultaban familiares. El sol empezaba a entibiar ese aire fresco y salado que envuelve a los balnearios cuando se despiertan, y mi casa no aparecía. Tampoco sabía cómo volver a la panadería. Tuve fantasías vagas, fragmentarias, en las que me veía como una huérfana desvalida, y se me hizo un nudo en la garganta. De repente, reconocí el auto estacionado frente a la carnicería. Mi madre estaba comprando las provisiones para el almuerzo.