viernes, 7 de agosto de 2009

Dos mujeres

En el taller de escritura trabajamos con los diálogos. La consigna fue escribir un diálogo desde el punto de vista de un testigo y que el diálogo sirviera para describir situación y personajes.
          Yo cogía todos los días el tren de las siete y cuarenta en la estación de Sant Cugat. En la siguiente, Valldoreix, subía una tía de unos treinta años. Cuando comencé a fijarme en ella estaba preñada y ahora, pasado más de un año, la veía adelgazar y ponerse guapa. A principios de otoño descubrí que se había mudado, pues la encontraba en la estación de Sant Cugat. Siempre llegaba a último momento, segundos antes que el tren.
          Una mañana estábamos sentados en cruz, ella junto a la ventana, absorta en el paisaje, y yo en el asiento de enfrente, del lado del pasillo. En Valldoreix subió una tía más o menos de la misma edad y quedó de pie junto a nosotros. Milagrosamente se bajó en La Floresta el señor sentado a mi lado, frente a mi vecina de Sant Cugat, que seguía mirando hacia afuera con obstinación y no se enteraba de nada. La otra se sentó en el asiento que había quedado vacío.
          —Hola —dijo.
          —Hola, ¿qué tal? —saludó Sant Cugat, un poco sobresaltada por la interrupción.
          —Pues muy bien, mira. A currar un poco.
          —Como todos —dijo Sant Cugat—. Qué tarde amanece, tú.
          Se pusieron a hablar de críos y maestras. Me di cuenta de que enviaban a los niños a la misma escuela. No parecían muy amigas, supongo que se conocían de reuniones de padres o rollos así.
          —Me ha dicho Rosa que os marcháis —dijo Valldoreix, al cabo de un rato.
          —Pues sí, volvemos a Uruguay — y en ese momento entendí por qué su acento sonaba raro. No hablaba sudaca, sólo un castellano que no distinguía las eses de las zetas. Podría haber pasado por andaluza o canaria.
          —Hombre, echaremos de menos a tu nena —dijo Valldoreix—. ¿Y tenéis trabajo allí?
          —Qué va. Ya encontraremos algo. Tenemos familia
          Sant Cugat buscó en el bolso y le ofreció un Fortuna a la otra.
          —Dime —preguntó Valldoreix muy seria—: ahora que te vas ¿a qué tú no vivías en Valldoreix? ¿O sí?
          —Hombre, claro. Nos mudamos a Sant Cugat este verano.
          —Entonces, cuando tu nena entró al parvulario ya vivíais en Sant Cugat.
          Sant Cugat se puso pálida.
          —Sí —dijo—. Pero la solicitud la hicimos cuando estábamos en Valldoreix.
          —Vale —contestó Valldoreix, con un tono seco.
          —Joder, ya me olía yo las sospechas —dijo Sant Cugat, un poco nerviosa—, desde aquella fiesta de la castañeada. Me acuerdo de que hablamos del precio de la leña y yo dije que no tenía chimenea porque vivía en un piso. Nadie dijo nada, pero todos me miraron mal.
          —Hombre, claro, en Valldoreix no hay pisos. Y habían quedado muchos niños en lista de espera.
          —Niños catalanes, quieres decir —Sant Cugat parecía francamente enojada—. Que quedaron en lista de espera por culpa de una niña sudaca.
          —Que no, mujer, no te pongas así. Es que si has mentido la dirección te pones a todo el mundo en contra. Normal.
          —El problema es que nunca mentí la dirección. Yo vivía en Valldoreix e hice la solicitud para mi hija en el parvulario de Valldoreix. Entretanto decidimos volver a Uruguay y nos mudamos a Sant Cugat, a un piso mucho más barato porque tenemos que ahorrar.
          Se le había enronquecido la voz y yo no sabía si estaba furiosa o a punto de llorar o las dos cosas a la vez. Continuó:
          —Tenía el mismo derecho que cualquiera a que mi hija fuera a ese parvulario. Pero para vosotros estoy bajo sospecha, no porque me haya mudado sino porque soy sudamericana. ¿O tú te crees que si fuera catalana se habría armado tanto follón?
          —Oye, tía, si tienes algo contra los catalanes…
          —De ninguna manera. Sois vosotros los que tenéis algo contra los sudamericanos.
          —¿Me estás acusando de discriminación? —se indignó Valldoreix.
          A Sant Cugat se le asomaron un par de lágrimas. Me dio pena. Nunca había hablado con ella, pero hacía casi dos años que viajábamos en el mismo tren y yo sabía de sobra que decía la verdad. Ella no se dejó amilanar. Respiró hondo y trató de calmarse.
          —No te estoy acusando de nada —dijo—. En cambio, tú me has acusado de mentir.
          —Pues aún no te creo. Creo que nunca has vivido en Valldoreix y te lo has inventado.
          —Mira, no tienes ningún derecho…
          Decidí intervenir. El volumen de la discusión había subido y medio vagón estaba pendiente.
          —Perdona —le dije a Valldoreix—. ¿Tú coges el tren siempre a esta hora?
          —¿Y a ti qué te importa? —contestó.
          —Vale, pues no me importa. Lo que me importa decirte es que esta mujer y yo siempre cogemos este tren, desde hace años. Yo, en Sant Cugat. Y hasta este verano, ella lo cogía en Valldoreix. Perdona que me meta, pero lo que te dice es verdad.
          Las dos me miraron asombradas.
          —¿La coneixes? —preguntó Valldoreix, pasándose al catalán con desconfianza.
          —De res. Bé, doncs de viatjar sempre en el mateix tren.
          —Gracias —dijo Sant Cugat.
          Estábamos casi en Sarriá, así que me puse de pie y fui hacia la puerta. Detrás de mi quedó un silencio que se esparció por todo el vagón.

2 comentarios:

Alicia dijo...

Muy bueno en dos niveles; la situación, lamentablemente muy real, la discriminación también se vive en los pequeños detalles cotidianos. Por otro lado, la técnica, el haberlo transmitido con un diálogo, y narrado por un tercero.
Se lee de un tirón y es como estarlo viendo.

Gloria Algorta dijo...

Hola Alicia, qué bueno encontrarte por aquí.
La técnica no es mérito mío sino de la consigna, que era exactamente esa: la del narrador testigo. El texto es pura ficción. Hubo sí una conversación sobre la leña entre padres de la guardería, de la que recuerdo vagamente una cierta incomodidad, la sensación de la sospecha acerca de la dirección. El encuentro en el tren nunca existió pero pudo haber sido real. Sin duda había en algunos catalanes suspicacia hacia los "sudacas", aunque para ser honestos la "viveza criolla" de algunos contribuyó a que la hubiera.
El gran desafío de este diálogo fue para mí el nivel de lenguaje, recordar cómo hablaban (hablábamos) después de tantos años, y no sé si lo logré del todo.
Como dicen en la radio: "hablamos por línea privada".