sábado, 6 de noviembre de 2010

Ojos de Gato

Este cuento fue uno de los primeros que escribí y es de 1996. Lo corregí porque una de las cosas que estamos haciendo este año en el taller es rescatar textos viejos.




—Vos te me vas para afuera, mocosa de mierda. Y no te quiero ver más por acá, que yo no estoy para bromas.
A Nati se le agrandan apenas los ojos enrojecidos. Nunca había sospechado tanta agresividad en aquella mujer grande y tosca. Pero el cansancio y el alcohol no dejan lugar a susceptibilidades: el destrato le resbala sobre la piel bronceada del verano. Sonríe como una tonta, se encoge de hombros y sale, mansa, de la panadería. Nati se sienta en el borde de la calle y espera que salgan los demás.
El olor a pan caliente inunda el pueblo. El sol salió hace un rato, marcando el inicio de la desbandada. Paró la música y el bramido del mar se parece al silencio. Sobre el pasto húmedo del “Wild-Bar” se enfrían las brasas de las fogatas.  En torno a ellas, junto a los troncos donde estuvieron sentados, se amontonan botellas vacías.  La cerveza circula ahora por telarañas de arterias que envuelven a Nati, entreverada con el flujo de la sangre que ahora se le antoja marrón como el color del mar en las tormentas.
Entre los árboles se extienden los laberintos de tablas que sostienen los toldos y forman la barra.  Sólo cuando los cuerpos sudorosos y agotados se niegan a dejarse llevar por los ritmos de la música, los chicos salen un rato a sentarse en ronda junto al fuego, bajo las altas estrellas, a tomar y a reírse, a charlar y a fumar.
Ha pasado otra noche sin que Nati encontrase a su amigo.  Quiere y no quiere encontrarlo. Quiere. No sabe el nombre. Conoce esos ojos y la exacta tensión de los músculos. No sabe la edad. Sí los caminos que recorre con las manos y la geografía de sus caderas. No le ha escuchado la voz. Conoce el sabor de la lengua y cómo succiona sus pezones pequeños y claros.

*  *  *

Margarita tuvo un instante la sensación de que las piernas no le iban a responder cuando su marido la sacudió sin delicadeza, para avisarle que el mate estaba pronto. Promediaba enero y el agotamiento se le había incrustado en cada una de las articulaciones. Tantas horas parada detrás del mostrador de la panadería parecían acumulársele en las piernas, junto con todos los años de trabajo de su vida. Sin embargo se levantó. Todavía no clareaba el horizonte.  Se vistió y cebó unos mates para ella y su marido. Después empezó a limpiar los escaparates, que pronto vería, orgullosa, repletos de panes caseros y bizcochos calentitos.
En su tercer verano, el negocio marchaba bien. El balneario se había puesto de moda y aquella temporada venía mejor que nunca. Ni bien el sol se desparramara sobre el caserío esparcido sin orden entre el cerro y el mar, aparecerían  los primeros clientes. Los madrugadores, pensó. Y corrigió enseguida su propio pensamiento: no eran precisamente madrugadores los clientes tempraneros de la panadería.
Detestaba la insolencia de aquellos chicos que entraban, entre gritos y risotadas, a comprar bizcochos antes de irse a dormir después de las noches de juerga, entre la playa y el tugurio aquel que llamaban el “Wild-Bar”. Manga de borrachos desarrapados, pensó. Y no será que andan así, mugrientos y rotosos, porque no tengan plata. ¿Acaso no son los padres los que vienen más tarde, en esos coches de Montevideo o de Buenos Aires, a comprar el pan fresquito para el desayuno?  Cortó en rectángulos idénticos la pasta frola que había horneado la noche anterior. No los soporto, pensó Margarita, mientras ordenaba los croissants recién salidos del horno. Y en especial a esa chiquilina de las risitas estúpidas, la de los bucitos indecentes.  Cagada de frío andaría, con el ombligo al aire y esa cintura de tísica, mostrando la mitad de las tetas al inclinarse a contar las monedas. A esa edad. Si fuera hija mía, pensó Margarita, y amontonó otra bronca sobre el cansancio añoso.
“Ojitos de gato”, pediría la chica y soltaría después esa carcajada tonta de drogada. Todas las santas mañanas pedía “ojitos de gato”, que no existen, como si fuera gracioso. A Margarita se le cruzó la idea de matar un gato y servirle los ojos sanguinolentos a la pendeja impertinente. Pero ella no era cruel. A veces hasta le daba un poco de pena aquella tribu de trasnochadores y vagos. De todos modos a la mocosa esa iba a pararle el carro. Todo tiene su límite.

*  *  *

Pasó hace cuatro o cinco noches.
Nati acababa de cobrar la mesada y para celebrarlo se tomó dos vasos de vodka con hielo. Se sentía prisionera como una marioneta por los hilos invisibles de la música. Había fumado un poco. La marihuana le agudizó los sentidos, los volvió impredecibles y selectivos. Ahora sólo escuchaba los bajos de la batería que le retumbaban en las entrañas, sólo los bajos.  Ahora sólo veía ojos que la miraban, sólo dos ojos.  Ahora sólo sentía pieles que rozaban la suya, sólo una piel.  Su cabeza se iba, aleteaba bajo el toldo y las ramas.  Y de repente le entraban esas ganas, esas ganas incontenibles de reírse y reírse.
Esa noche la asaltó la certeza de ser su cuerpo, ser intensamente cuerpo.  Cuerpo vivo, sensual, que respiraba por cada poro el olor de aquel cuerpo hermanado al suyo por idéntica y única certidumbre. Los labios de Nati se pegaron a la boca que la buscaba, las lenguas se entrelazaron, se succionaron y sólo existieron las lenguas y los bajos golpeando en la boca del estómago. Y de golpe enmudeció la música y solamente existieron unas manos suaves que le dibujaban los pechos, la recorrían,  la sujetaban con firmeza por las nalgas, la acercaban hasta hacerla sentir en la barriga un sexo tenso. Y el deseo aumentaba, y la música se licuaba en gotas entre los muslos. 
Entonces se alejó. Se le alejó el cuerpo por el campo junto al otro. Y bajo el follaje protector de una acacia, escondidos de ojos ajenos y de la mirada pálida de las estrellas, los dos cuerpos se desataron y se ataron, se recorrieron, se auscultaron, se conocieron y reconocieron.  Hasta que el final del placer coincidió con el final de la certeza y dentro de su cuerpo estremecido Nati entrevió el alma y las tristezas. Y fue necesario evitar el vacío, regresar al calor del grupo junto al fuego, otro vaso de vodka para entibiar un viento frío que le brota de adentro, unas pitadas más de marihuana para que el mundo se aliviane y la risa vuelva y un principio de certidumbre nuevamente se asome.
Pero lo que asomó fue el sol, derramando oscuridades.
Ya no volvió a verlo.  O tal vez lo vio y no pudo reconocerlo entre los chicos que se dispersaban por el balneario con un reflejo dorado que les teñía el pelo, con los ojos rojizos a la luz inclemente del día.

*  *  *

Otra noche sin verlo, piensa Nati sentada a la orilla de la calle sin veredas. El sol trepó ya el acantilado y le acaricia los brazos, entre los que aprieta las piernas encogidas. Apoya la cara en las rodillas y entrecierra los ojos, juega con las esferas de colores que le bailan en las pestañas. El viento salado le despeja las brumas y un escozor molesto empieza a arañarle el centro del pecho. Algo parecido al miedo le habla bajito de sida, de embarazos y un rumor más lejano le habla de soledades, , de vacíos. Todo dura un segundo. Los gritos en la panadería acallan las voces interiores.

*  *  *

Laura terminó la novela poco después de la medianoche.  Apagó la luz pero, como el sueño demoraba, se puso un suéter sobre el camisón blanco y salió a fumar en la hamaca del porche. El viento le traía a través del bosque el sonido ronco del mar y, de tierra adentro, desde lejos, le llegaban retazos de música del “Wild-Bar”.  Allí estaban los hijos.  Ah, la adolescencia. 
Qué diferencia entre sus diecisiete y los de Felipe y Nati. Los chicos bailaban, se divertían. ¿Sabrían lo que querían?  ¿Qué se puede saber a esa edad?, pensó.  Laura había creído saber tantas cosas y se había equivocado tanto. Ya crecerían.  No les iba tan mal en los estudios. Tal vez fueran más sabios que los adolescentes de su generación, ahora hombres y mujeres hechos y derechos, casi todos con los sueños a la orilla del camino.
Los grillos cantaban.  Disfrutaba las vacaciones. Todo iba bien.
Bueno, pensó mientras prendía el segundo cigarrillo, no sé si tan bien. Felipe, siempre tan tímido, está medio enamorado de la amiga de Nati. La amiga de Nati –Florencia– le da más bola a Juancho, que es más grande y tiene cancha. Y Nati, no sé, anda un poco melancólica estos días. Serán cosas de la edad, estará enamorada. De todas maneras me alegro de haber invitado a Juancho, me da seguridad que anden juntos. Nati adora al primo mayor y él la mima.  Y Felipe también tiene buena onda con él. Qué bala perdida, Juancho. Cuándo sentará cabeza.
Le dio frío y se volvió a la cama.
A las siete de la mañana la sobresaltó un alboroto, muy cerca. Parece una pelea, pensó. Le pareció distinguir en un grito la voz de Florencia. Apenas alcanzó a ponerse el suéter y salió corriendo, descalza.

*  *  *

—...y no te quiero ver más por acá, que yo no estoy para bromas.
Felipe quedó desconcertado por la aspereza con que la panadera había echado a su hermana. Sin embargo, pidió los bizcochos.
—Es una hija de puta. ¿Quién se cree que es para hablarle en ese tono? —oyó a Florencia murmurar al oído de Juancho.
—Sí, qué mala onda —se rió Juancho, sin darle importancia.
Felipe los oyó y de repente todo cambió de color. Una furia amarga le subió desde el estómago, se le anudó en la garganta y se desató en tres palabras masculladas:
—Gorda de mierda —dijo.
Margarita se dio vuelta, incrédula. Felipe se envalentonó.
—¡Concha de tu madre! —gritó—. ¡Animate conmigo, a ver, como te animás con mi hermana!
Margarita no lo pensó dos veces. Dio la vuelta al mostrador y zarandeó a Felipe como si tuviera cinco años.
— ¡Habrase visto, pedazo de atrevido! ¿Quién te creés que sos para hablarme así? Me pedís disculpas. ¡Ya mismo!
El escupitajo le cayó en la frente. Se secó con la manga. El bofetón que le dio a Felipe lo hizo tambalear. Florencia, muda, dio un paso atrás. Juancho dio un paso adelante, todavía sin decidirse a intervenir.
Con todo el cuerpo Felipe empujó a la panadera, que fue a dar contra el mostrador. Una fisura se dibujó a lo largo del vidrio. Se miraron con odio. Margarita vio la cuchilla con la que había cortado la pasta frola y la empuñó con un movimiento tan ágil que sorprendió a todos. Se quedó quieta, blandiendo la cuchilla y la mirada, acorralada por tres adolescentes paralizados por el asombro y el desconcierto.
Fue entonces cuando Florencia vio al panadero. Antes de que nadie pudiera reaccionar, el hombre entró por la puerta de atrás, agarró la cuchilla de la mujer y apoyó el filo helado contra el cuello de Felipe. 
Florencia gritó. 
Felipe no se movió. Sólo buscó a Juancho con la mirada. Juancho, pronto a saltar, lo esperaba con una sola pregunta en los ojos: ¿Lo mato?  Felipe asintió.  Juancho se abalanzó sobre el hombre, lo desarmó de un golpe y lo empujó con tanta fuerza que Florencia lo vio pasar como volando a través de la puerta. 
Salieron todos tras él.  
Nati, intrigada por los gritos que le habían llegado, se había parado y se desperezaba en el instante en que la escena de la pelea se instaló ante ella.
Florencia vio la leña apilada junto a la pared de la panadería. Vio al panadero levantarse con una pesada astilla en las manos enormes. Lo vio volverse hacia Juancho, con la expresión despojada de toda huella de humanidad. Todo lo vio en cámara lenta. Florencia se deslizó detrás de Juancho y tironeó con las dos manos de la camiseta deshilachada para alejarlo del impacto. Juancho vio venir la astilla y se agachó justo a tiempo. Florencia sintió el golpe en medio de la frente y ya no vio más nada.


*  *  *

Laura llegó corriendo, descalza y con el suéter puesto al revés.
Felipe y Juancho daban golpes y patadas al panadero tendido en el suelo. Margarita gritaba para parar aquella locura.
—¡Basta! —gritó Laura—. ¡No se le pega a un hombre caído! —Y sin preocuparse más del panadero se dio vuelta hacia a las chicas.
A pocos metros Nati, arrodillada, acariciaba el pelo pegajoso de Florencia, inmóvil sobre un charco de sangre y con el espanto impreso en los ojos abiertos. 
Nati miró a su madre sin verla. Después la recorrió un escalofrío, soltó un aullido espeluznante y vomitó un líquido que olía a cerveza rancia.

3 comentarios:

Pablo M. dijo...

¿Qué tan crecidito estaré?

Me gusta como se construye la historia; se entrelazan momentos y personajes de una manera fluida.El vértigo del final impide dejar el cuento por la mitad.

Ahora bien, tanto como puedo "sentir" la adolescencia de esos personajes (su indiferencia, su ciclotimia), también puedo "entender" la bronca de esa señora cuando alguien que no se ha acostado (siendo que ella ya se ha levantado) la hace blanco de sus ganas de absurdo.

Pero absurdo quizás sólo para Margarita. No así para Nati que encuentra en esa expresión razones suficientes para sonreír, aún ante un desconocido.

Un gusto volver a leerte Gloria!

Gloria Algorta dijo...

Pablo, ya me estaba preocupando de haber perdido mi único seguidor :)

Me alegro de que te haya gustado el cuento. En realidad, no es que haya buenos y malos (a mí me daba miedo caer en el lugar común de estigmatizar yo también a los adolescentes y nada más lejos de mi intención). Se trata, o mejor dicho trato de que se trate, de personajes atrapados en una situación de la que ninguno tiene la culpa, más que el absurdo o los absurdos de la existencia o del mundo o de la vida, qué sé yo...

Y un gusto volver a leerte a ti también. El otro día los estuve chusmeando y vi que estuvieron con Steinbeck. Yo también, siempre con el último grito de la moda, acabo de leer "Viñas de Ira". Dales un fuerte abrazo a toda la gente del foro. Muchas veces me encantaría volver, pero ya estoy 12 hs. diarias en la computadora y es un poco demasiado ¿no te parece?

Pablo M. dijo...

"...personajes atrapados en una situación de la que ninguno tiene la culpa..."
Exactamente. Por eso yo hablaba de que entendía a unos y sentía a otros, según sus conductas vengan marcadas más o menos por la racionalidad.
Ahora, la verdad es que al final me gustó jugar con "forzar" un significado para "ojos de gato". Es que el cuento da para eso. Para imaginar. Y eso es muy valioso.
En el foro estamos desde hace cuatro meses (de tanto que nos gustó el libro y no es broma) con una joven novelista india (Kiran Desai) que nos tiene deslumbrados.
Un beso.