miércoles, 10 de agosto de 2011

La traductora

Otro germen de cuento, es sólo un principio sin pulir.


 Recién cuando tuvo que negociar con los abogados de Cali, se preguntó Laura si no se habría metido en algún asunto más complicado de lo que parecía.
Al principio le divertía estar en el medio de una discusión amorosa, y ganar plata por eso le resultaba un poco surrealista. Todo había empezado más de un año atrás, cuando Ray puso un proyecto en la página web donde ella conseguía trabajo, para traducir urgente al inglés una partida de nacimiento colombiana por setenta y cinco dólares. Una partida de nacimiento de Colombia no podía ser muy distinta de una uruguaya, se dijo. Nombre de los padres, fecha de nacimiento, domicilios, etcétera: un bollo. Se presentó y él la contrató enseguida. Sin embargo, fue más difícil de lo que pensó: le llevó todo el día. Ray le explicó por mensajes electrónicos que la traducción era para el trámite de inmigración de su mujer a Estados Unidos, que tenía que respetar estrictamente el formato del documento y traducir hasta los sellos y, al final, certificar que ella, fulana de tal, domiciliada en la calle tal de Montevideo, Uruguay, conocía las dos lenguas y había traducido fielmente el documento original. Era obvio que él iba a falsificarle la firma, pero ¿qué importaba? Setenta y cinco dólares por un día de trabajo no estaba nada mal y el departamento de migraciones de Estados Unidos no tenía nada que ver con ella.
Un mes después, él la sorprendió por teléfono poco antes del mediodía. Le dijo que estaban saliendo de la oficina de migraciones y que, como les faltaba la traducción de la partida de divorcio de Marta, tenían que volver tres o cuatro horas después. A Laura le costaba entender el seco inglés tejano de Ray y le pidió que le pasara con Marta, así que terminó escuchando el hablar dulce y cantarín de la voz de aquella muchacha que, según recordaba, había nacido en Manizales, Cali, algo menos de treinta años antes. Marta le aseguró que, en cuanto llegaran a su casa, le mandarían el documento para traducir.
A la media hora le llegó el mensaje con el documento adjunto. Dejó el almuerzo a medio hacer y se puso a trabajar, maldiciendo la hora en que había aceptado el trabajo. La partida de divorcio tenía siete páginas e incluía los fundamentos de la ley de divorcio colombiana y citas de otras leyes y decretos. En definitiva era un palabrerío jurídico difícil de entender hasta en castellano. Al rato, Ray empezó a mandar mails preguntando cómo iba, después llamaba por teléfono cada diez minutos. Terminó pidiéndole a Laura que se saltara algún párrafo, que cualquiera podía cometer un error. Con semejante estrés de trabajar a contrarreloj, Laura nunca se olvidó de aquella pareja y a veces se preguntaba cómo era posible que se hubieran casado si él apenas entendía un poco de español y ella, ni una palabra de inglés.
Recibió el siguiente mail de Ray recién un año después. Le preguntaba si podía traducirle una carta de una página y media por cincuenta dólares. Laura le dijo que sí y él la mandó de inmediato, con la aclaración de que era una carta informal, de un marido a su mujer, que usara “tú” en vez de “usted”. Laura puso manos a la obra y se encontró, en la primera frase, con una dificultad:
“I am really sorry, if I have hurt your feelings by taking my trip”. “Siento mucho si herí tus sentimientos con mi viaje”, tradujo. Pero “trip” podía significar también “tropiezo” o “desliz” y, si él había herido los sentimientos de la mujer, bien podía ser ese el sentido de la oración. Optó por preguntárselo y él contestó “travel”, que pusiera “viaje a Bahamas”.
Laura siguió adelante:
“Por favor perdóname también por todo lo que he hecho y por cualquier cosa que te haya lastimado. Si tu objetivo es castigarme, lo has logrado. Todavía no sé qué pasó la otra noche. Tú y yo y nuestro Dios sabemos la verdad. Todo lo que puedo decir es que me entristece que las cosas se hayan deteriorado hasta este grado.
Caramba, pensó Laura, ¿qué habrá pasado esa noche? ¿Y en qué quedamos? Le dice que no sabe lo que pasó y resulta que Dios, Marta y él saben la verdad. Este hombre no es muy claro, que digamos. Y esto no es sólo un viaje a Bahamas, ¿se habrá ido con otra? Pobres, ya están con tantos líos, al menos él pide perdón.
“Necesito que sepas que hasta ahora no he hecho nada que pueda complicar tu estatus de inmigrante. No he hecho ninguna denuncia ante el FBI o la policía. Le he dicho a mi abogado que de momento no haga nada. Trato de conservar la serenidad. Sé que tú estás enojada y espero que tengas el coraje de hacer lo mejor para nuestra hija.”
La mención de una hija sorprendió a Laura, aunque no había razón para la sorpresa.
“Pero más allá de lo que ha pasado, no es culpa de Francesca. No creo que ella tenga que pagar el precio del fracaso de nuestro matrimonio no teniendo NINGÚN acceso a su padre y su hermana. No importa lo que pienses de mí, ni lo enojada que estés conmigo, tenemos que anteponer su bienestar a cualquier otra cosa. Luca y yo estamos aquí para Francesca y somos también su familia. Tú sabes que el propósito de mi vida es ser un buen padre y ser un padre presente para mis hijas. Y ella merece crecer con un padre, en especial con uno que está dispuesto a poner lo mejor de sí para ser un buen padre. Luca quiere a su hermanita y pregunta por ella. No quiero que Francesca crezca preguntándose por qué no tiene un papá, cuando los demás niños lo tienen.”
Ajá. Él tiene una hija de un matrimonio anterior, se dijo Laura, y le gustan los nombres italianos. Y no tiene idea de que Luca es un nombre masculino.
“Ya te he ofrecido pagar tus gastos, la manutención de la niña y los gastos de inmigración, etc. Si lo recuerdas, te ofrecí la oportunidad de llevarte a Francesca a vivir a Colombia, de modo que la vida fuera más fácil para ti, si Francesca venía dos o tres veces por año. Y, entonces, tú decidiste que no era eso lo que querías. Hasta tu abogado le dijo a mi abogado que consideraba que era una oferta muy generosa.”
Bien por Ray, acotó la traductora.
“A pesar de que yo no creo que vivir en Colombia sea lo mejor para Francesca, porque quiero que tenga una relación cotidiana con su padre, su madre y su hermana, y unas mejores oportunidades de vida aquí, si tú realmente quieres vivir en Colombia, pues que así sea. Si ese es tu deseo, el mío es que Francesca tenga la posibilidad de venir y vernos a Luca y a mí, unas pocas veces al año. Si eso es lo que quieres, enfoquémonos en que nuestros abogados redacten un acuerdo de tenencia que permita a Francesca vivir en Colombia. Yo igual pagaré la manutención de la niña, tanto si vives en Colombia o como si vives en la selva.”
Al llegar a este punto Laura se preguntó si no era un poco ofensivo, si no sonaba como que Colombia fuera sólo una selva para el yanqui, pero el original era claro: “the woodlands”.
“Por favor acuérdate de que te di el pasaporte de Francesca aun cuando no tenía por qué hacerlo. Me dio un poco de miedo, pero necesitaba confiar en ti. TODAVÍA tengo fe en que tomes la mejor decisión para el bien de Francesca. Recuerda, además, que te di mi palabra de que, en caso de que hubiera algún problema para renovar tu inmigración, te permitiría llevar a Francesca a Colombia contigo. Porque, a pesar de mí mismo, no quiero que mi hija esté sin su madre. Creo que su relación con su madre es realmente importante, como lo es la relación de Francesca con su padre y su hermana.”
El hombre es un santo, pensó Laura.
“Si estás en Colombia, puedes quedarte allí y podemos tramitar un acuerdo internacional de tenencia. También eres libre de volver. Puedes confirmarlo con tu abogado si prefieres. Puedo hacer que mi abogado provea garantías por escrito. Como te mencioné antes, no he presentado ninguna denuncia oficial que pueda poner en peligro tu inmigración. Su estás en Estados Unidos, por favor haz que tu abogado se contacte con el mío, de modo que podamos llegar a un compromiso de custodia y financiero. Mi oferta de mantenerte, como lo hablamos al principio, todavía está en pie. Además, más allá de nuestros asuntos, no hay razón para que otros mantengan a mi hija. Siempre fui un padre responsable y no tengo ninguna intención de dejar de serlo. Si tu intención es tomar la mejor decisión a largo plazo para Francesca, por favor dímelo y puedo comenzar a pagar la manutención de la niña mientras se hacen los papeles. Yo sé que tú amas a Francesca por encima de cualquier otra cosa. Ella se merece una vida con una madre, un padre, y con su hermana.”
“No sé dónde está Francesca. Quisiera saber si está bien y si está aquí o en Colombia. Como padre, estoy preocupado y echo mucho de menos a mi hija. ¿Podrías contestarme, por favor? Te estaría profundamente agradecido.”
La última oración le sonó demasiado formal, pero no se le ocurrió otra traducción. Le daba mucha pena Ray, ni siquiera sabía dónde estaba su hija. Le mandó la carta traducida y una factura a través de Paypal, y no pudo resistir la tentación de escribirle: “te deseo lo mejor”. Esa noche se durmió pensando cuánto nos hace sufrir el amor o, mejor dicho, el desamor.

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