lunes, 27 de julio de 2009

La chica que soñaba con un frasco de dulce de leche


Ejercicio para el taller de escritura con un narrador-objeto:
          Nací en una fábrica de aluminios en las afueras de Buenos Aires y pasé mi primera infancia en un supermercado de Barrio Norte. Ahora queda poco de mi apariencia de entonces: por dentro era de pintitas en gris y blanco, por fuera estaba esmaltada de un rojo opaco.
Con dos asas y una tapa. Un día me compró un joven con barba y me llevó a un apartamento donde vivía con otros dos. Todos los días fideos y a veces arroz blanco. No conocía otra cosa.
          Un día el barbudo trajo una chica. Había milanesas y oí que iban a cenar y después al cine. El muchacho de la barba le dijo a la chica:
          —Vos andá haciendo un arroz mientras me doy una ducha.
         La chica se me quedó mirando un rato. Después buscó en la alacena y encontró medio paquete de arroz. Lo puso en la mesada y me miró otra vez, con desconcierto. Prendió un cigarro, puso la radio y siguió con un pie el ritmo de la música. De vez en cuando me echaba otra ojeada, pero del arroz, nada. Lo de ella parecía que era fumar y escuchar música.
          Al rato entró en la cocina el barbudo, limpio y recién peinado.
          —¿Y? —preguntó cuando vio que la chica no había hecho nada.
          Ella se rió, nerviosa.
          —No tengo la menor idea de cómo se hace un arroz —dijo.
          Un tiempo después me metieron en un baúl verde, pasé trece días meciéndome en la bodega de un barco y, cuando me sacaron del baúl, ahí estaban el barbudo y la chica, en un apartamento diminuto de un suburbio obrero de Barcelona, que compartían con otras dos parejas. Cocinaban sólo de noche, de día casi nunca había nadie porque se iban a Barcelona, algunos a trabajar, otros a buscar trabajo. Eran jóvenes divertidos. No digo que a veces no hubiera crisis y algún llanto, sobre todo cuando llegaba el correo. Pero en general se reían mucho, tomaban vino barato y jugaban mucho a las cartas.
          Una mañana se quedó sola en la casa la chica que había aprendido a hacer arroz y muchas cosas más. Me puso adentro dos latas de leche condensada, me llenó de agua hasta la mitad, prendió la hornalla y se sentó en la mesa del comedor. Yo la veía por la puerta abierta, pero ella no me miraba. Leía un libro inmenso que yo conocía porque viajó conmigo en el baúl. Eran las obras completas de Julio Verne. El agua se consumía y ella, absorta con el libraco. Como aquella primera vez que la vi, cuando se suponía que tenía que hacer algo y no lo hizo. Leía y leía y a mí ya no me quedaba agua. Me empecé a poner negra. Al pasar del negro al rojo incandescente me puse nerviosa. De repente oí una explosión que casi me deja sorda.
          La chica apareció sobresaltada y apagó el gas. Me miró el fondo. Quedaba una lata negra. Después miró a su alrededor: había dulce de leche por todas partes: caían gotas desde el techo y se deslizaban chorretes por la ventana y las paredes. En algún rincón estaban los restos retorcidos de la lata que había explotado.
          La chica retrocedió y los zapatos se le pegoteaban en el suelo. Manoteó la silla del comedor y se sentó en la puerta. Durante un minuto largo esperé que se pusiera a llorar a gritos. Apoyó los codos en las rodillas y la cara entre las manos. Empezó a agitar los hombros y a hacer un ruido espasmódico. Espiaba la cocina por entre los dedos y yo veía que tenía lágrimas en los ojos. Y entonces me di cuenta de que no lloraba. Estaba en el principio de un larguísimo ataque de risa. Bastante más tarde, mientras limpiaba, le volvían resabios de esa risa convulsa.
          No terminé en la basura. Me pulieron bien y me siguieron usando, aunque nunca volví a ser la de antes. Un fin de semana pintaron la cocina. La noche de la explosión los oí decir, entre carcajadas, que la lata que había quedado tenía el dulce de leche más rico que habían comido nunca.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El tristemente célebre escritor sueco de moda este año, te copió el nombre para sus novelas!! :)
Muy divertido.

Gloria Algorta dijo...

Pensé en ponerle de título "La chica que soñaba con una cuchara y un bidón de dulce de leche" y me pareció un poco demasiado. Además me obligaba a escribir una trilogía. :)
¿Quién serás? Esto de tener lectores anónimos es una experiencia nueva para mí.