jueves, 18 de junio de 2009

Cerca del cielo

En el taller de escritura seguimos con las descripciones, intentando captar la esencia del lugar. Después de escribir esto corrí a releer un cuento de Paul Bowles que se llama "Bautismo de Soledad". Aquí dejo un humilde tributo para un gran escritor.
          En enero de 1970 ó 1971 pasé unos días en el rancho que un tío le prestó a mi familia en Punta del Diablo. En las afueras del pueblo había una pequeña colonia de hermanos de mi viejo, que habían construido ranchos rústicos y cómodos para las vacaciones. Mi viejo tenía ocho hermanos, todos con muchos hijos, por lo tanto había gente suficiente para que la vida social fuera agitada. En la playa éramos un montón y de tardecita o después de la cena siempre había partidas de cartas, campeonatos de ping-pong o juegos de mímica.
          Un día hicimos una excursión a Cabo Polonio. Me acuerdo de que éramos unas cuarenta personas, con edades entre los cincuenta y pocos del mayor de mis tíos y el año o dos de la menor de mis primas. Fuimos en varios autos hasta Valizas, no sé cómo cruzamos el arroyo y emprendimos una caminata de dos horas a buen ritmo, tal vez tres para los más lentos.
          No teníamos muchas reglas. El propósito era llegar a almorzar a la única fonda del Cabo y cada uno se las arreglaba más o menos como podía. El pelotón lo formaban los padres con niños chicos y los primos mayores nos fuimos dispersando por grupos de afinidad. Yo no tenía ningún primo de mi edad ni  particular afinidad con ninguno. Vivía con mis padres y hermanos en el exterior y sólo veníamos a Uruguay de vacaciones. Creo que acentuaba mi extranjería ante esos primos bastante desconocidos, en parte por timidez y en parte por fidelidad a mis amigos del país adoptivo, país que cambiaba cada dos o tres años por culpa del trabajo de mi viejo en un organismo internacional. De modo que hice la travesía con mi hermano Daniel, desde siempre compañero de soledades.
          En aquella época Cabo Polonio no era un lugar turístico sino un pueblo de pescadores abandonado de la mano de Dios en el medio de la nada. Nos internamos en las altas dunas y pronto perdimos de vista al resto de los excursionistas, o se transformaron en puntos en la extensión del paisaje. Ese día límpido de verano el viento de la costa se había transformado en una brisa agradable. Por momentos veíamos el mar entre los médanos; luego el mar desaparecía y sólo se veía cielo y arena, en una sucesión de dunas que parecía tan interminable como una cordillera. Nos sentíamos en el desierto del Sahara hasta que volvíamos a ver el mar. Cuando nos sumergíamos en una de esas postales desérticas ni siquiera se oía el estruendo de las olas y el cielo adquiría una cualidad casi palpable como la arena. Era tan imponente esa presencia azul que Daniel y yo nos tendimos boca arriba en la arena caliente para mirar el cielo y escuchar el silencio. Apenas de vez en cuando nos sobrevolaba una gaviota. Teníamos la sensación de que eran audibles no sólo nuestra respiración agitada por la caminata, sino también los sonidos misteriosos de los órganos, el fluir de la sangre y hasta el mismo devenir del pensamiento.
          El resto de la excursión incluyó nuevas dosis de soledad en la playa inmensa, baños en el océano, el descubrimiento de los restos de un barco hundido. Cuando llegamos al Cabo almorzamos con toda la familia y volvimos cansados y entreverados en el pelotón. Nada se igualó con la experiencia de los médanos. Desde entonces siempre quise conocer el desierto.
          Nunca volví a Cabo Polonio. A principios de los noventa fui con mi marido y mis hijos a pasar el fin de semana con unos amigos que veraneaban en Valizas. El arroyo daba paso con el agua a la cintura y lo crucé con Lucía, chapoteando. Subimos a los médanos y Lucía se me adelantó tanto que la perdí de vista. Ella tendría apenas cuatro o cinco años, pero no me inquieté. Nunca había olvidado la impresión que la travesía de las dunas me produjo en la adolescencia y, por alguna razón, imaginé que Lucía estaría experimentando la emoción del desierto.

No hay comentarios: