martes, 24 de noviembre de 2009

Relecturas

Me ha pasado en más de una oportunidad que termino de leer una novela o un libro de cuentos y los releo de inmediato. A veces vuelvo solamente a algunos pasajes o hago una relectura fragmentaria y desordenada. Otras, es como la primera vez: de principio a fin.

Por lo general  leer un texto dos veces seguidas no hace más que confirmarme el disfrute, me permite  retenerlo mejor y descubrir detalles que me perdí en la ansiedad de la primera lectura. En los últimos años y sin pretender agotar la lista, lo he hecho con El País del Agua (Graham Swift), Nueve Cuentos (J.D. Salinger), El Cielo Protector (Paul Bowles), El Nombre de La Rosa (Umberto Eco), Experimentos con la Verdad (Paul Auster), Todo Cuanto Amé (Siri Hustvedt), Llamadas Telefónicas (Bolaño) y Rayuela (Cortázar). Sin contar con todos los cuentos de Borges que encuentro por ahí.

Muy distinta es la cosa cuando releo un texto que leí hace mucho tiempo.  Con frecuencia (no siempre) me desilusiono. En ocasiones la desilusión es apenas el hallazgo de un pasaje un poco flojo y en otras el libro tan felizmente recordado naufraga por completo, con toda la gama posible de estados intermedios. Es que los años nos vuelven más selectivos, mejores lectores, más críticos.

Ahora, por ejemplo, mientras leo La Inmortalidad, de Kundera, estoy releyendo Los Versos Satánicos, de Salman Rushdie. Me sigue pareciendo una novela excelente, pero ya no experimento la fascinación y la sorpresa por ese mundo indio lleno de humor y magia, colorido y exuberante, casi de García Márquez, que sentí la primera vez que lo leí, hace unos diez años. Y sigo sin darme cuenta de cuál es la atroz falta de respeto por el Islam que provocó la “fatwa”. Se queda cortísimo, si de falta de respeto a una religión se trata, al lado del Saramago de El Evangelio según Jesucristo. Y no leí Caín, que al parecer ha levantado más polvareda.

Una experiencia nueva es releerme a mí misma. La última consigna del taller de escritura fue escribir un cuento cuya historia transcurriera en una fiesta. Como el único relato que tengo publicado se trata, precisamente, de lo que siente una mujer en el transcurso de la fiesta de casamiento de la hija, me pareció que era una buena ocasión para someterlo a la corrección de Rosario Peyrou y a mi propia mirada después de ocho años. Me dio un poco de miedo que fuera un pésimo cuento. Sin embargo, más allá de un exceso de gerundios y algunos errores de puntuación, no le encontramos demasiada cosa. El relato todavía funciona, qué alivio. Lo publico, con algún retoque, en la próxima entrada.

3 comentarios:

Jenofonte dijo...

"Muy distinta es la cosa cuando releo un texto que leí hace mucho tiempo. Con frecuencia (no siempre) me desilusiono. En ocasiones la desilusión es apenas el hallazgo de un pasaje un poco flojo y en otras el libro tan felizmente recordado naufraga por completo, con toda la gama posible de estados intermedios."

Sí, es posible que eso ocurra, pero eso dependerá de cual es el libro que se relee. Hay libros que en nuestra infancia o adolescencia nos parecieron sublimes y que ahora, medio siglo después, nos pudrán parecer espantosamente ingenuos o anodinos. Pero también sucede que más de uno que no pudimos leer en su momento, ahora se revele ante nuestros ojos como una gran e imperdible obra (¿por qué no lo supe en ese momento?, bueno, porque todavía no eras el que eres hoy...).
Es que el tiempo nos da una perspectiva más amplia, como dices, "nos vuelve más selectivos, mejores lectores, más críticos" y nos permite apreciar lo que antes no podíamos.
Pero también, junto a los libros que con el tiempo pierden o con el tiempo ganan, están esos que siempre fueron y siempre serán nuestros preferidos. Aquellos que en permanente relectura nunca dejan de fascinarnos, ya porque cada vez descubrimos en ellos algo nuevo o porque, volviendo a lo mismo, regresamos por unos momentos a ser lo que hace mucho tiempo fuimos, niños o adolescentes ingenuos...

Gloria Algorta dijo...

Jenofonte, más o menos cada 10 años necesito volver a leer Mujercitas de L.M. Alcott. ¿Será por volver a sentirme la niña que era cuando lo leí por primera vez?
Siempre digo que me arrepiento de todo lo que leí antes de los 30. Por supuesto que no es cierto, (¿cuando hubiera leído entonces las aventuras de Sandokan, de Huckleberry Finn, etc.?) pero hay libros que no vale la pena leer de niño o de adolescente. A esa edad leí a Hesse, por ejemplo, y creo que no entendí nada. A los 21 leí La Mujer Rota de Simonne de Beauvoir, ¡no me decía nada! Y hace tiempo estoy por releer Crimen y Castigo, me pregunto si vale la pena leer a Dostoievsky a los 13. A lo mejor es que yo era muy tonta y al crecer me curé un poco (un poquito) de esa enfermedad.

Jenofonte dijo...

No creo que pueda uno arrepentirse de lo que leyó siendo niño o joven, ¿por qué?, sería como arrepentirse de haber jugado o de haber soñado con los cuentos de hadas.
Sería como arrepentirse de haber sido niño...
Pero también estoy seguro de que muchas veces nos hicieron perder tiempo y energías obligándonos a leer libros que no eran para nosotros, ¿"Crimen y castigo" a los trece?, a esa edad es indigerible, no vale la pena, como tampoco "El Quijote de la Mancha", por ejemplo.
Pero hay libros que para mi nunca pierden su frescura, como "Las mil y una noches", libro que no me canso de releer, tal vez porque aunque el tiempo haya pasado todavía conservo la capacidad de soñar...

P.S. También me gusta "Mujercitas", pero todavía creo que Jo debió aceptar a Laurie, nunca me gustó Bhaer.